Vox Populi │ Columna
Por Aurelia Fierros
El 23 de marzo
De la teoría del ‘asesino solitario’ a la entereza de Diana Laura. De la cultura del esfuerzo, a la desventura nacional. De las cuatro fallidas comisiones de la verdad, a la impunidad de siempre. Me llevó diez años regresar a Lomas Taurinas.
Un atardecer de tinturas rojizas y una escena polvorienta en ese barrio alto de la fronteriza Tijuana son proscenio de la efigie del hijo predilecto de Magdalena de Kino, Sonora. Ahí estaba. Erigida como detenida en el tiempo, su imagen inerme, en medio de ese mismo espacio que antes fue escena del crimen; escena inmediatamente manipulada, posteriormente reconstruida. Ya ni lamentarse es bueno. Los perros ladran y corren de una esquina a la otra. La tragedia del olvido empaña los ecos del recuerdo, el dolor por el agravio, la indignación por las promesas despojadas. Hoy, han pasado ya diecisiete primaveras.
Detesto escribir en primera persona. Esta vez no tengo opción. La historia la conocemos todos. El tronido del plomazo que reventó contra la cabeza de Luis Donaldo y la segunda detonación que impactó su abdomen se camuflaron momentáneamente entre el bullicio de la multitud y el mayúsculo volumen de una cumbia que hasta este día me eriza la piel en desazón. Era ‘La Culebra’. Cómo olvidarlo. Fue el 23 de marzo de 1994.
Horas después, Jacobo Zabludovsky difundía la noticia en el informativo nacional de Televisa y al resto del mundo a través del hoy inexistente sistema internacional de noticias ECO. Octavio Paz fue el primero que habló de un magnicidio y llamó a la unidad nacional en pro de la paz y el respeto al derecho ajeno. El país, conmocionado, incrédulo.
Nos ordenaron volar de regreso a la Ciudad de México y concentrarnos en el comité de campaña nacional. Los aeropuertos y hangares estaban custodiados por fuerzas especiales que empuñaban armas de alto poder, perros entrenados para olfatear explosivos. Lo mismo sucedía en la sede de la campaña presidencial. El arribo me pareció eterno y antes de darnos acceso al edificio en Insurgentes Sur, gafete en mano, con detectores de metal, nos revisaron hasta las muelas.
Al interior, murmullos, sollozos y nerviosismo. Todo era confusión. Se ordenó ‘de arriba’ la destrucción inmediata de cientos de archivos. Con asombro vi como centenas de documentos logísticos e información recopilada en los primeros meses del año y la primera etapa de la campaña, eran echados sin distingo a las trituradoras de papel. Era obvio que hacer preguntas sería una imprudencia. Poco astuto y arriesgado. Todos los monitores encendidos. Y ahí nos quedamos, concentrados, sin comer, sin dormir. Estábamos emocionalmente devastados. Pasaron horas, no sé cuantas. Unas 72, creo. Esperábamos instrucciones del Estado Mayor Presidencial, de Los Pinos.
En ese momento la rabia colectiva iba contra Carlos Salinas –por exponer casi estratégicamente a Colosio a las feroces pugnas internas del PRI y a las externas también. Desprotegerlo de tal manera -, contra Manuel Camacho Solís –el presidenciable resentido que se había quedado sin la candidatura e hizo lo imposible por desestabilizar la campaña-, contra el Comandante Marcos –por acaparar el protagonismo del momento y tensar el clima nacional-, contra José Córdoba Montoya –por sus presiones para que Colosio renunciara luego del discurso del 6 de marzo con el que rompió con el salinismo- y por supuesto, contra Ernesto Zedillo, quien se erigía como el ‘ganón’ oportunista al ser el coordinador de la campaña y natural sucesor a la candidatura. Al menos, esa era la percepción pública.
Mientras tanto, entre esos mismos nombres -corrían versiones-, se encontraba el autor intelectual de la conspiración, del atentado. También se manejaba una presunta colusión con el narcotráfico. En particular, con el cártel de los hermanos García Abrego, en ese momento, la organización que mayor cantidad de cocaína colombiana introducía a los Estados Unidos y a la cual, Colosio le había rechazado una invitación para reunirse en una comida, dos días antes del crimen. Nombres de narco políticos presuntamente vinculados de una u otra forma al propio Salinas circularon ampliamente en la prensa internacional, incluyendo The Washington Post. Todo era posible y todos, sospechosos.
A 17 años de distancia, el reacomodo de las emergentes oligarquías políticas evidencia que ni son independientes ni mucho menos nuevas. Responden todas a la misma hegemonía ancestral surgida del PRI, ahora encabezada por ex miembros de ese mismo partido.
Piruetas más piruetas menos, lo que se pretende es la salinización del proyecto de izquierda que nunca fue tal, y a través del PRD, Camacho Solís hace su intentona de regreso junto con otro ex priista, el también salinista Marcelo Ebrard, quien pugnas y egos aparte, le hace segunda con la absurda propuesta de alianzas con el PAN, en un conato de estrategia para echar andar proyectos de gobierno anteriormente frustrados y así figurar en el espectro nacional.
El periodista Carlos Ramírez, lo explicaba elocuentemente en su columna Indicador Político.
“En el fondo quedaría la parte más importante de la alianza PAN-PRD: la propuesta programática de gobierno. Y ahí prevalece la argumentación política e ideológica de Camacho a favor y en defensa del proyecto salinista durante el gobierno de Carlos Salinas: una modernización autoritaria, mercantilista, de rescate del modelo empresarial corporativo, todo de la mano de una estrategia asistencialista de presupuestos sociales no transformadores y si de profundo control social”.
Y ese era exactamente el modelo de control social ‘no transformador’ del que Luis Donaldo Colosio pretendía y había prometido separarse. Carlos Ramírez luego continúa:
“La disputa por el PRD ha cruzado ya el punto de no retorno. Sin Cárdenas ni López Obrador, el partido tendrá un nuevo quiebre político hacia la derecha. Al final, los gobiernos aliancistas se inclinaron más al PAN que al PRD. Lo peor de todo es que el país se quedará sin un partido realmente de izquierda, aunque Ebrard y Camacho digan --horror-- que son de izquierda. La coalición con el PAN será de derecha-derecha”.
Pero si en efecto, lo que Ebrard pretende es taparle el camino al PRI, y si lo que Camacho busca es una ‘venganza’ contra ese partido, al final de cuentas da lo mismo, pues lo trascendente es que ambos están determinados a aplicar el bien aprendido modelo neoliberal salinista. Un ‘branding’ diferente, pero el mismo producto. Mientras, los priistas capitalizan el ‘momentum’ de preferencia electoral adverso al PAN debido al descontento y hartazgo por la lucha violenta encabezada por el presidente Calderón, y prevén un triunfo de ‘su gallo’ (que a saber del vulgo, es también el de Salinas) en la elección presidencial de 2012. En otras palabras, los hilos siguen siendo movidos por los mismos actores políticos. La misma oligarquía.
Por lo mismo, la posibilidad de la continuidad salinista sigue latente y a casi dos décadas del impune asesinato de Luis Donaldo Colosio, su determinación y sus palabras –que le habrían costado la vida- son tan vigentes como en aquella primavera de 1994.
“Yo veo un México con hambre y sed de justicia” decía en su discurso de ruptura con el salinismo. “El cambio con rumbo y con responsabilidad, no puede esperar”.
El historiador Enrique Krauze preguntó alguna vez: ¿quién mató a Luis Donaldo Colosio: el odio de la ambición o del desinterés? ¿Fue víctima de una conspiración tramada por el presidente Salinas? La respuesta tal vez recaiga en uno, o en muchos, y seguramente, como siempre hemos intuido, nunca se sabrá con certeza.
Ni mártir, ni héroe, simplemente un hombre que intentó terminar con la pretendida continuidad transexenal, reformar al Estado, terminar con la “soberbia” del centro (federalismo) y la corrupción, a costo de su vida. Diecisiete años y 35 mil muertos después, toca a los mexicanos retomar el timón y propiciar ese cambio con rumbo y con responsabilidad del que hablaba Colosio. Nadie ha dicho que será fácil.
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