Televisoras europeas y americanas, tabloides y los paparazzi alrededor del primer y del tercer mundo han iniciado el conteo regresivo hacia la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton. La cobertura mediática de este viernes 29 de abril, estima lograr una audiencia global de unos 2 mil millones de personas.
Según reportes de prensa esta semana, en Nueva York, todo los relacionado con Kate, causa euforia. Las neoyorkinas piden su peinado ondulado a los estilistas; su atuendo sobrio y a la vez elegante a los modistas, y una réplica del ya icónico anillo de zafiro, a los joyeros. Se dice que la fiebre nupcial se apoderó de la "Gran Manzana", el epicentro de la moda en Estados Unidos. Aunque, a decir verdad, a nivel nacional, las reacciones han sido menos eufóricas.
Los efectos de la Boda Real en países como México --una nación cuya emancipación de la monarquía española hace 200 años resultó en procesos sociales que desde entonces se han venido agudizando y le azotan cada 100- son simplemente, sorprendentes. ¿Quién imaginaría --por ejemplo- que, con la ola de brutalidad y violencia que tiene azorado medio país, a una adolecente le preocupe más asistir al ágape nupcial transoceánico, que la tragedia de los 36 mil muertos del presente sexenio o incluso que (ciertamente, lo siguiente suena cruel pero no por ello menos verosímil), la posibilidad de ser baleada o decapitada por algún esbirro en el intento?
Estibalis Georgina Chávez, de 19 años de edad y obsesionada con asistir a la boda, se declaró en huelga de hambre frente a la embajada británica en la Cd. de México en febrero pasado. Su protesta duró 16 días, pero su petición de ser patrocinada por la Corona Británica fue rechazada. Posteriormente, una asociación cívica mexicana se conmovió y le otorgó un préstamo para financiar su transporte, aunque el más reciente reporte es que no la dejaron entrar al Reino Unido por carecer de recursos con que costear su estadía. Cosas veredes.
Entre otros, la Boda Real ha generado también cuestionamientos sobre la utilidad de los sistemas monárquicos en pleno siglo XXI. Detractores y defensores han avivado el debate.
Algunos le consideran un sistema anacrónico, insostenible y de carácter social y moralmente discriminatorio.
Uno de los argumentos de un grupo de británicos opositores a este sistema es que, utilizar los recursos de los contribuyentes para sustento de la familia real, no solo es incorrecto, sino un derroche y que, ‘heredar’ un monarca como jefe de Estado es incongruente con la idea de una democracia moderna.
Algunos le defienden arguyendo que en el caso de otros sistemas, un presidente o un primer ministro es también una especie de ‘monarca’, solo que electo mediante un proceso distinto. Argumentan que, pese a cualquier tesis, ningún sistema por democrático que se llame, es ‘gobernado’ por las masas; pues son las masas mismas quienes eligen quien los gobierne, otorgándole a tal instancia, un poder hegemónico que a final de cuentas, igualmente, recae en un solo individuo.
A decir de la Organización de las Naciones Unidas, el Reino Unido es una monarquía constitucional que junto con otras 40, se coloca entre los países más desarrollados, acaudalados y transparentes del mundo. Aunque estas razones, no parecen convencer a sus opositores.
Para el día de la boda, una buena porción de la población en Londres y en otras ciudades del Reino Unido planea fiestas callejeras durante la fecha ya declarada festiva, mientras grupos opositores planean protestas pacificas.
Un sondeo de opinión realizado por The Sunday Times encontró que un 48 por ciento de los británicos está complacido con el enlace mientras otro 48 se mostró indiferente. Un 18% piensa que la Reina debería pagar la mayoría de los gastos relacionados con el festejo y un 69% que el Príncipe Carlos debería hacerlo de su propio sueldo. Solo el 5% piensa que el financiamiento debería provenir de los contribuyentes.
El estudio realizado hace apenas una semana, también indica que un 35% de la población londinense piensa ver la ceremonia por televisión, a la vez que un número equivalente dijo que no la verá, bajo ninguna circunstancia.
Y mientras el debate continúa, la competencia mediática por los niveles de audiencia también prosigue con una guerra de promociones sobre el tiempo-aire o los desplegados y número de páginas que destinarán al suceso.
De este lado del océano, algunos sondeos de intención revelan datos contradictorios, pero la mayoría coinciden en que, en los Estados Unidos, el interés por ver la transmisión en vivo, es bajo. La Associated Press revela en la encuesta más reciente que sólo un 30 por ciento de la teleaudiencia estadounidense dijo estar ‘segura’ de que verá el acontecimiento en vivo.
No obstante, a algo deben atenerse las principales cadenas estadounidenses que han invertido miles de millones de dólares en esa transmisión --aunque asegurando primero la venta de publicidad con tarifas triple ‘A’. Los medios más importantes han enviado desde ya a sus presentadores estelares. Entre otros, Brian Williams de la NBC, la legendaria Barbara Walters y Diane Sawyer de ABC, Anderson Cooper y Piers Morgan de CNN.
Muchas estaciones televisivas retransmitirán su material en ediciones especiales durante las 24 horas posteriores al ágape y durante todo el fin de semana, además de haber creado múltiples páginas de seguidores en sus propios portales y en las redes sociales, incluidos Facebook y Twitter. A la euforia por la Boda Real se han unido restaurantes, bares y pubs alrededor del mundo que ofrecerán la transmisión del suceso en pantallas gigantes, invitando al consumo de bebidas alcohólicas y comida.
Por ahora, el apabullante bombardeo mediático parece opacar la intención de un debate serio sobre la función, utilidad y futuro de las monarquías. Así las cosas, es innegable que la suntuosidad de la Boda Real es, en sí misma, un gran espectáculo. Pero sobretodo, un negocio redondo.
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