Vox Populi │ Columna
Por Aurelia Fierros
Ernesto Zedillo fue el último priista de una dinastía que en línea ininterrumpida sustentó el trono presidencial mexicano por 70 años. Tristemente, en su caso, la herencia le vino vía candidatura emergente luego del magnicidio de Luis Donaldo Colosio en 1994, quien a su vez había roto públicamente con Carlos Salinas de Gortari a través de su ya icónico discurso del 6 de marzo de ese año, en el Monumento a la Revolución.
Su sexenio estuvo plagado por la inestabilidad derivada de otros asesinatos políticos, el fortalecimiento de la insurrección armada y por una de las peores crisis económicas del país -de la que Salinas le culpó a él, con aquél amargamente célebre “error de diciembre”. Por años, se mantuvo alejado de los reflectores políticos y de las controversias nacionales.
Economista de carrera –no político- pero ambicioso como todos los que han probado las mieles del poder centralizado del federalismo mexicano, Ernesto Zedillo provoca resonancia en el ámbito nacional –desde Davos- al ofrecer soluciones a un problema que creció bajo sus narices y frente al cual nunca movió un dedo: el narcotráfico.
Hoy, observando desde afuera, hace una aparición estoica –que no heroica- opinando con la gracia de la tecnocracia que nada le dio y mucho le arrebató al país.
Desde Ginebra, junto con los ex presidentes César Gaviria (Colombia) y Fernando Henrique Cardoso (Brasil), presentó un documento de trabajo en el que se señala el fracaso de la lucha antidrogas en Latinoamérica y se insiste en su legalización. Las observaciones y nueva estrategia basada en prevención y educación, fueron tomadas con ecuanimidad por Felipe Calderón, quien interceptado por la prensa se limitó a decir --palabras más, palabras menos- que dicha propuesta no aporta nada nuevo. Aún más, Calderón respondió que no considera que el documento encierre una crítica directa a su estrategia en México.
Pero, si irrumpir de tal manera en el debate sobre el tema del narcotráfico le queda a Zedillo fuera de lugar, ni qué decir del asunto de la sucesión presidencial. La sorprendente y aventurada predicción política del ex presidente, con la mirilla en las elecciones del 2012, no fue bien recibida ni por la clase política ni por la opinión pública nacional.
El “¡vamos a ganar!” expresado al salir de un encuentro del Foro Económico en Davos, no es una frase para la cual tenga calidad de ninguna índole, en pronunciar. Primero, porque en su momento él mismo se distanció del PRI y segundo porque la percepción es que le queda muy ‘cómodo’ asumir el triunfalismo desde el autoexilio académico en que se encuentra, sin ningún trabajo o aportación partidista real: ni previo, ni posterior a su sexenio. Así queda también asentado por las reacciones de los líderes de los partidos nacionales que respondieron “ipso facto” a sus desafortunadas declaraciones.
Gustavo Madero, presidente nacional del PAN, dijo que “Zedillo está desactualizado” y le recomendó consultar otras fuentes antes de augurar el regreso del PRI a Los Pinos; mientras Jesús Ortega, líder nacional del PRD, calificó de “lógico” que Zedillo pronostique un triunfo del PRI en público, pero que en privado –dijo- sabe que el PRI no tiene ninguna posibilidad.
Empero, si Enrique Peña Nieto –o en su defecto algún otro priista- de verdad lograra ocupar Los Pinos en 2012, siempre será una tentación para el Dr. Zedillo regresar al país con algún puesto de alto nivel (no necesariamente en el gabinete) y así reivindicar su imagen luego de liderar un sexenio completamente gris para México.
Por otro lado, mientras la nueva alternancia que Zedillo sugiere representa para muchos un retroceso, la parte más desalentadora es que en efecto, no hay mucho de donde escoger y que, partidos a un lado, es bien sabido que quienes ostentaban el poder antes de la ‘La decena trágica’ (1995-2006), son los mismos que siguen jalando los hilos que rigen los destinos del país.
Por ello, precisamente, ahora el Dr. Zedillo suaviza el tono para ‘limar asperezas’ y abrir sus posibilidades para volver, volver, volver.
Al buen entendedor, pocas palabras.